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NotaPublicado: Mar Dic 30, 2014 2:21 am 
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10 años de Cromañón: qué tan distintos
A lo largo de esta década el rock debió cambiar los hábitos, pero hay cosas que siguen igual; un grupo de músicos, productores, funcionarios y familiares de victimas analizan estos años de trauma y lecciones aprendidas a los golpes


El incendio de República Cromañón destrozó a cientos de familias. Las consecuencias directas persisten en el dolor de los padres y hermanos de los muertos, en la piel y las pesadillas de los sobrevivientes y también en las cabezas de los responsables. Sin embargo, el efecto social de ese agujero negro en la historia del país todavía no está tan claro. ¿Qué cambió a partir de Cromañón? ¿Vivimos más seguros? ¿En qué medida modificó la conducta del público, de las bandas y los productores? ¿Qué cosas siguen exactamente igual que hace diez años? Parecen preguntas para una tesis imposible. Mientras cerramos estas páginas, la noticia de la muerte de Omar Chabán se multiplica en las pantallas. La nueva banda de Pato Fontanet y Christian Torrejón, Don Osvaldo, afronta una gira de diez fechas y 70 mil tickets por el interior del país. Aníbal Ibarra trabaja en su fantasía electoral para volver a gobernar la ciudad de Buenos Aires. Varios de los condenados -músicos y funcionarios- esperan la revisión de sus sentencias, en manos de la Sala IV del Tribunal de Casación, para saber si quedan en libertad o deben regresar a la cárcel.

Pasaron tantas cosas desde el momento en que el proyectil de una candela perforó la mediasombra de Cromañón que parece que hubiera ocurrido en otra vida, bajo otras reglas. Y sin embargo a veces da la sensación de que casi todo sigue igual. "La idea de Cromañón como un antes y un después, ese hito del que se hablaba al principio, hoy suena a frase vacía", dice Nilda Gómez, que perdió a su hijo de 20 años, Mariano Benítez, en el boliche de Once. El 12 de noviembre, Nilda, referente de Familias por la Vida -una ONG que trabaja en la prevención de riesgos en ámbitos de nocturnidad- se recibió de abogada, y en ese punto de madurez de la lucha trata de hacer equilibrio entre las conquistas y frustraciones de estos años: "Uno querría decir que Cromañón cambió algo, más que nada porque tantas muertes evitables no pueden ser en vano".

Cuando ocurrió Cromañón, la reacción institucional fue lógicamente radical y el under vivió una especie de Edad Media: los locales fueron clausurados en masa y las bandas quedaron flotando en la oscuridad. En ese momento, después de años de una mano blanda criminal, el Estado salió a exigir a los locales lo que demandaban los papeles y los que estaban en regla, previsiblemente, eran minoría. "Fue muy complicado", dice el legionario del indie Alejandro Almada, en los 90 manager de Peligrosos Gorriones y hoy de El Mató a un Policía Motorizado. "Yo en ese momento laburaba con bandas de garage que movían 300 o 400 personas, en esos festivales que hacíamos con The Tandooris, The Tormentos... Y absolutamente todas las bandas que movían esa cantidad de gente, o incluso un poco más, dejaron de laburar. Entonces empecé a trabajar a El Mató, que no eran conocidos. Aprovechamos que misteriosamente abrió Remember (algo rarísimo: era un lugar todo de madera con un sótano al que se accedía por una escalerita, y es el día de hoy que sigue habilitado), pero incluso ahí, que era horrible, el alquiler era carísimo. Tenías que llenarlo nada más que para pagar el alquiler. Ese fue el gran problema: los pocos lugares que conseguían la habilitación eran fenicios disfrazados de centros culturales. Esos primeros dos años fueron los peores. Yo nunca vi nada así."

Fue un momento doloroso porque todavía había chicos agonizando en camas de hospital, y fue un momento crítico para el rock por el paisaje desolado que se abría. Pero, como en toda crisis, despuntaba la parte creativa y cierta reacción comunitaria típica de los momentos de desconcierto. Nacho Rodríguez recuerda que, en ese tiempo, él y otros compañeros que ahora integran Onda Vaga tocaban en Doris, una banda eléctrica que no sobrevivió a la Buenos Aires post-Cromañón. "Con Doris nos iba relativamente bien y no ganábamos un peso, e involucraba un montón de esfuerzo: cargar los equipos, pagar un flete, ir a probar sonido, y casi toda la recaudación se la llevaba el dueño del lugar. Lo que hicimos con Onda Vaga fue armar una banda que no necesitara absolutamente nada que se tuviera que transportar, que pudiera tocar en cualquier lado, en la calle, sin escenario, sin amplificadores, sin sonido, sin nada. Fue la manera que encontramos de sortear lo que pasó. Tuvimos que inventarnos una forma propia."

*****

El 30 de diciembre de 2004, a las tres de la tarde, el productor de rock cordobés José Palazzo se encontró con tres miembros de Callejeros en el comedor del Central Park 11, el hotel pegado a República Cromañón, también propiedad del recientemente condenado Rafael Levy. Estaban el manager Diego Argañaraz, el baterista Eduardo Vázquez y el escenógrafo Daniel Cardell. Tenían que ajustar detalles de la participación de la banda en la edición 2005 de Cosquín Rock, en una fecha en la que también tocarían León Gieco y El Tri de México. Después de la charla, Cardell llevó a Palazzo a recorrer Cromañón, un lugar que sólo había conocido como emporio bailantero, una vez que acompañó al Potro Rodrigo. Le dijeron que se quedara a ver el show, pero Palazzo optó por volver a Córdoba a las nueve y media de la noche, en un vuelo que salió demorado. No supo nada de lo que había pasado hasta que llegó a la casa y vio a su mujer en plena crisis de nervios. "Lo primero que hicimos fue llamar a nuestros amigos para saber si estaban bien", recuerda. "Localizamos a varios, pero nos entró una angustia brutal. Obviamente fue una noche horrible en la que nadie pudo dormir."

Al mediodía siguiente recibió el llamado de los sponsors que habían comprometido su presencia en Cosquín Rock. Le decían que se bajaban del festival. El clima sugería que una suspensión era lo más razonable, pero Palazzo tenía miedo de perder la continuidad de la marca y le dio para adelante. "Había que reconstruir la relación entre la sociedad y los espectáculos, sobre todo los espectáculos de rock."

Ese año, el Cosquín Rock se había desdoblado por un conflicto de intereses y Palazzo fue expulsado de la Plaza Próspero Molina. El nuevo espacio que encontró para su criatura fue un predio de nueve hectáreas en la Comuna San Roque. La expectativa alrededor de aquella edición del Cosquín, apenas un mes después de la peor noche de la que tengamos memoria, se alimentaba con dosis de tristeza e incredulidad. El rock argentino era un muerto en vida y ese festival, para muchos de nosotros, era lo más parecido a un funeral gigantesco y absurdo. "Tuvimos que organizar una conferencia de prensa cuando estábamos armando el predio para mostrar la salida de emergencia", recuerda Palazzo. "Era un predio de nueve hectáreas, o sea que todo era una salida de emergencia. Y sin embargo la gente tenía mucho miedo. Hubo refuerzo de bomberos, de ambulancias, de coches bombas... En un predio de tierra donde no había absolutamente nada que se pudiera quemar, ¡había dos coches bombas! En ese momento era más peligroso un recital de rock que un River-Boca. Por supuesto, vino menos gente de la esperada y yo perdí todo lo que tenía. Quedé en la ruina. Me llevó cuatro años recuperar las pérdidas y devolver los préstamos a los amigos."

A los 44 años, Palazzo es el productor de rock más importante fuera de Buenos Aires. En la última década y media trabajó con casi todas las bandas -de Divididos a La Renga- y representó a Callejeros después de la tragedia. Hoy es el hombre que maneja la carrera de Fontanet. "En todos los conciertos se prendían bengalas", enfatiza Palazzo recordando la escena de hace una década. "Llegó un momento en que los de seguridad no aceptaban trabajar con nosotros si no teníamos un balde de arena en los vallados. Mi hija en esa época tenía 15 años, iba a los recitales y volvía con la punta de los pelos quemada. Era todo una estupidez enorme, pero desgraciadamente era un hábito instalado."

En el interior, al igual que en Capital, los dos primeros años después de Cromañón fueron arrasadores. Cientos de locales cerraron sus puertas y ya no volvieron a abrir. "Desde que empezaron en este negocio, muchos de los dueños de boliches veían la seguridad como una cuestión de costo, no de inversión", dice Palazzo, que vio de cerca la paranoia federal desatada alrededor de los recitales; ni hablar si involucraban a Callejeros. "Estaban vedados", dice él. En 2007, la banda iba a dar un show sorpresa en un pequeño festival en el patio de una escuela en Villa Mercedes. Cuando Fontanet cruzó en auto la frontera de Córdoba con San Luis, el secretario de Gobierno fue informado y ordenó rastrear el destino del cantante. La policía rodeó la manzana de la escuela y suspendió el acto. "Era como si el Gordo Valor se hubiera atrincherado en el patio del colegio", ironiza Palazzo. "Ese era el grado de terror que le tenían, no sólo a Callejeros por haber generado tal vez toda esa pesadilla: había miedo de hacer un recital de rock. ¡La Renga! No sabés lo que me costó hacer conciertos de La Renga después de Cromañón. Ibamos a Tucumán y las cosas que nos pedían para hacer el concierto eran tan ridículas, pero tan ridículas. Lo único que querían era que no lo hiciéramos."

*****

En 2004, Santiago Aysine ya había visto cuatro veces a Callejeros en Cromañón. Ese 30 de diciembre, llegó tan temprano que tuvo que esperar a que abriera el guardarropas para dejar la mochila. Santiago sobrevivió al incendio, pero la intoxicación pulmonar le duró varios meses. "Escupía petróleo", le dijo a Rolling Stone en noviembre de 2013.

Hijo de una militante del Partido Obrero, Aysine se sumó a las primeras marchas por justicia (donde nació aquello de "ni la bengala, ni el rocanrol...") y empezó a escribir letras como respuesta a un estado de "desolación total". Sus canciones de protesta fueron el germen de Salta La Banca, la banda que lo tiene como cantante y que se convirtió en uno de los grandes ascensos del rocanrol de los últimos cinco años. "La gente sigue hablando del asunto y eso es importantísimo", dice Santiago. "Sin embargo, creo que se habla más en relación a las culpabilidades, y no tanto como un mea culpa general. Creo, eso sí, que la gente ha entendido que es importante cuidar a las personas que uno tiene al lado. Yo iba a bastantes conciertos en esa época, y la verdad es que había una especie de anarquía en el público: valía todo. Con el tiempo la gente entendió que era importantísimo cuidar al otro porque no lo iba a hacer nadie más."

Aysine empezó a hacer música después de Cromañón, pero las millas que acumuló en poco tiempo le permiten analizar la situación en todo el país. "El colapso emocional que suscitó Cromañón hizo que fuera inevitable ponerse más quisquillosos con los chequeos. Pero hay lugares, y sobre todo en el interior, que a simple vista no te dejan muchas garantías." Y agrega, con su dialéctica trotskista: "Yo creo que lo que han ido mutando son los artilugios del empresariado para seguir saliéndose con la suya. Cada vez los lugares son más caros, a las bandas se les complica muchísimo tocar. Los empresarios siguen valiéndose de un costo excesivo en sus locales, o de la sobreventa de entradas, de la que no hay un control riguroso. No creo que en eso la cosa haya cambiado mucho".

Para él, lo central pasa por la responsabilidad del Estado. Su definición resume la transición de conciencia que hizo buena parte de esa generación rockera respecto de las instituciones: antes era "aléjense de mí"; ahora es más bien "háganse cargo". "Durante 20 años hubo un Estado ausente mientras se generaban prácticas como el uso de las bengalas, que para nosotros estaban naturalizadas, creíamos que estaban bien. Pero uno elige un gobierno para que funcione como figura de control y orden. Donde hay un Estado ausente, hay mil cromañones posibles. Ya pasó en Once, en Castelar... El subte es un Cromañón latente, en algún momento se va a convertir en algo así. Si tenemos que esperar a que de nuevo mueran 200 personas es una locura. Nadie quiere pensar en eso, pero ya se repitió, ya hubo bengalas de nuevo en conciertos que terminaron con gente muerta."

El caso al que alude Santiago es el de Miguel Ramírez, fallecido después de recibir un bengalazo en un show de La Renga en el Autódromo de La Plata, en 2011. Nilda Gómez enumera otros ejemplos de muertes evitables de los últimos años, en ámbitos de esparcimiento y con algún tipo de responsabilidad de los organismos de control. Las dos chicas muertas en septiembre de 2010 cuando se derrumbó el entrepiso de la disco Beara, en Palermo; los tres adolescentes empujados a las vías a la salida de Scombro, en José C. Paz, en febrero de 2011; el asesinato de Martín Castelucci, de 20 años, a manos de un patovica de La Casona de Lanús, en diciembre de 2006. Todo eso sin contar la tragedia de Once, ese Cromañón ferroviario en el que hubo, eso sí, una mejor respuesta de los servicios de emergencias médicas.

En las oficinas de la Agencia Gubernamental de Control (AGC), a apenas un par de cuadras del santuario para las 194 víctimas, Juan José Gómez Centurión hace un repaso de los dos años que lleva al frente de este organismo creado en 2007 por el gobierno de Mauricio Macri, responsable de la inspección y habilitación de locales de esparcimiento. Veterano condecorado de Malvinas (héroe de la batalla de Darwin bajo las órdenes de Mohammad Alí Seineldín) y cuadro gerencial con larga trayectoria en el sector privado, Gómez Centurión llegó a la AGC en 2012 y lo primero que hizo, asegura él, fue atacar las "desvirtuaciones de rubro" clase A, es decir, los prostíbulos encubiertos. "La noche dura es la que pone las reglas", dice el ex subteniente.

En el último año, un convenio firmado con Familias por la Vida habilitó una línea telefónica (0800-999-2769) que multiplicó el caudal de denuncias por irregularidades. Hasta noviembre, la AGC llevaba ejecutadas 253 clausuras durante 2014; la mitad originadas en llamados al 0800. El 65% del total fueron clausuras por falencias de seguridad (exceso de capacidad, salidas de emergencia obstruidas, falta de matafuegos), el 30% por desvirtuación de rubro (gente bailando en lugares no habilitados como bailables) y 5% por venta de alcohol fuera del horario permitido. "Los viejos bolicheros son a los que más les cuesta cambiar los hábitos", dice Gómez Centurión. "Hay mucho caso de ingreso ilegal de menores combinado con falta de agua potable en los baños. Esa ecuación te da venta de alcohol y de agua mineral en la barra. Y detrás de eso, si me apurás, éxtasis."

Hasta hace poco, violar la clausura de un local en la ciudad implicaba una multa de apenas 2000 pesos. "El dueño de un local clausurado abría igual, total con un par de horas de venta en la barra ya le alcanzaba para cubrir la multa, y el resto era ganancia", dice Nilda Gómez. A partir de un cambio reciente en la legislación, el valor de la multa ascendió a 60 mil. Aun así, muchos bares siguen violando clausuras. En algunos casos, asegura Gómez Centurión, su agencia opta por tapiar la fachada del local.

Para Nilda, los legisladores todavía tienen muchos asuntos pendientes en materia de prevención. Menciona un par de proyectos que aún no fueron votados. Uno de ellos impone equipar las ambulancias con un antídoto de vitamina B2 para socorrer a víctimas de un incendio, y así bajarles rápidamente el nivel de cianuro y otros tóxicos en sangre. Ese tipo de acciones concretas, demoradas en el vals de la rutina política, son las que podrían mejorar las condiciones, más allá del trabajo de fondo en educación. Al respecto, Nilda detecta en las nuevas generaciones "una sensibilidad mayor sobre temas de prevención". Lo advierte cuando va a dar charlas a secundarios y, al entrar los familiares de Cromañón, se produce en el aula "un silenco terrible, un respeto".

*****

El Centro Cultural Zaguán Sur (ZAS) se presenta como un lugar "surgido del trauma post-cromaniano y la decadencia cultural de los 90". Paradójicamente o no, una de las motivaciones de sus creadores es revivir "la mística" del under que curtieron de adolescentes, precisamente en los 90. "Los fundadores del Zaguán vivimos el under pre-Cromañón, vivimos la contracultura", dice Sancho, uno de los responsables del reducto de Balvanera. "En ese momento eran espacios de libertad: Cemento, Die Schule, Arpegios, el Parakultural, lugares que aún defendían las banderas de la libre expresión, de una poesía y una literatura del rock."

Al recordar aquel 2004, Sancho arriesga un diagnóstico: "Al momento de Cromañón, había una especie de saturación del movimiento. Las bandas estaban creciendo demasiado y muy rápido, se estaban convirtiendo en mainstream, y seguían tocando con una estética under. Siento que se necesitaba un cambio. Hubo una necesaria renovación post-Cromañón. Por supuesto que no hay nada positivo de una tragedia de ese tipo, pero ocurrió que hay un nuevo movimiento estético y nuevas formas de expresión, que vienen con nuevas maneras de comportarse. Creo que hoy tenemos una madurez que la aprendimos molidos a palos después de la tragedia."

En cuanto a la relación con los controles, desde el ZAS lo ven así: "La Municipalidad se puso muy exigente con las normas de seguridad y es lógico después de semejante trauma. Ahora, que un centro cultural sea clausurado porque alguien baile mientras dos chicas tocan folclore... es ridículo e innecesario. Le pasó al teatro El Mandril, por ejemplo. Hay que poder resolverlo mediante una legislación exclusiva para las organizaciones culturales sin fines de lucro."

"A veces les exigen cosas ridículas a los centros culturales", acuerda Nacho Rodríguez. "Es como si hubiera un excesivo control sobre la música, como si de repente hacer un show te complicara todo. Hay que adaptar las exigencias a cada lugar, ver cada situación. No se puede armar un general porque cada centro tiene su forma."

Para Gabo Rossi, DJ y programador de The Roxy, el daño colateral es cierto "estatismo" generado por el miedo a habilitar nuevos espacios. "Realmente hubo un cambio muy grande en el under", dice él. "Más allá de los escenarios y las discos reconocidas, los ambientes en los que se desarrollaban las fiestas y los recitales antes de Cromañón eran más marginales, más inseguros. Prácticamente te diría que en cualquier lugar donde se podía apagar la luz y poner un sonido había eventos. Eso cambió y es positivo en cuanto a la seguridad y el bienestar del público. Por otro lado, es probable que este fenómeno esté dejando de lado a muchas bandas emergentes."

Matías Loizaga era abogado de PopArt al momento de Cromañón, así que parte del trabajo fue organizar los papeles que permitieran la reapertura de La Trastienda (copropiedad de Jorge Telerman, por entonces vicejefe de Gobierno de Ibarra), uno de los primeros espacios en reactivarse. Diez años después, Loizaga es el director de PopArt, la compañía detrás de muchos festivales de la última década (el Quilmes Rock, entre otros) y de la seguidilla histórica de Roger Waters en River con The Wall. "Hay como un lugar común que dice que las marcas se alejaron del rock después de Cromañón, pero yo pienso todo lo contrario", dice Matías. "En general, la mayor inversión de marcas en eventos de música sucedió después de la tragedia. Es cierto que hubo un fenómeno de shows locales masivos trasladándose a otras plazas, como el Indio Solari, pero ahí entra en juego una cuestión logística y geográfica: en Capital no hay lugares tan grandes. No sé si Cromañón tuvo mucho que ver."

Aunque se enorgullece de trabajar en una empresa "que siempre puso mucho énfasis en cuestiones de seguridad", Loizaga admite que es complicado seguirle el ritmo al cambio constante en las exigencias. "Cromañón fue obviamente el disparador, pero pasaron diez años y todavía la reglamentación no es clara. Depende mucho del regulador de cada momento." En cuanto al papel de las productoras, señala: "Todas acusaron el golpe y se empezaron a fijar más seriamente en cuestiones de seguridad. De hecho, cada vez que sucede algo en cualquier lugar del mundo, como le pasó a Radiohead en Canadá [en 2012, antes de un show en Toronto, una parte del escenario se desplomó y mató a un asistente del grupo y dejó un herido grave], uno está atento a ver qué falló. Nuestro trabajo es manejar todas las variables, que son infinitas, y por ende no es fácil. Aun cuando nosotros solemos tomar más precauciones que las que exige la ley, siempre puede pasar algo que no estaba en los planes."

El comportamiento del público -o de una minoría intensa- es la variable más difícil de prever. Palazzo lo pone clarito con su acento cordobés: "Los boludos son inextinguibles". Sin embargo, hace una salvedad: "Ya no es la masa la que lleva adelante un proyecto riesgoso, como ocurrió por ejemplo con Cromañón, donde las bengalas no las prendían unos cuantos, sino una parte importante del público. Cromañón ha dejado una enseñanza carísima, realmente muy cara, a toda la gente que consume espectáculos: cuidarse no solamente depende de un productor, o de un boliche. Depende también del comportamiento de las personas".

En ese sentido, "Argentina debe ser uno de los países más estresantes del mundo para hacer conciertos", sigue Palazzo. "Hacé un análisis de un show de los Rolling Stones en River, lo que pasa en los alrededores del estadio, con uno de los Rolling Stones en Hyde Park. No sé si es la educación, o qué es. Vengo de un recital en Austin, Texas, donde 65 mil personas entraban caminando normalmente a un parque, sólo cerrado con una bandita de alambre. ¿Eso se puede hacer acá, en un festival abierto en los bosques de Palermo? Es una desgracia tener que compararse, pero es la realidad. Hoy existe una profesionalización de la producción de espectáculos, pero llega un momento en que un boludo se sube a una torre de 30 metros y no hay ningún manual, ningún expertise del mundo que te diga qué hacer, porque no cabe en el cerebro humano que un tipo haga semejante cagada. En un recital nuestro, los chicos entraban por un lugar no permitido y caían directo sobre una cocina. ¡Caían de tres metros sobre un lugar donde se cocinaba! Ni siquiera en El planeta de los simios... ¿Cómo lidiás con eso?"

"No sé si tiene que ver tanto con el público argentino", dice Loizaga. "Obviamente que somos un tanto especiales, pero por ejemplo en Glastonbury en 2004 tenían un problema gigante con respecto a los colados. A partir de 2005 tuvieron que poner un vallado enorme. No pasa únicamente en Argentina. De hecho yo tuve la experiencia de laburar con Pearl Jam, que es una banda que se fija hasta en el mínimo detalle de seguridad, debido justamente a los antecedentes que tuvieron [durante un show en Dinamarca, en el 2000, las vallas de contención cedieron y se produjo una avalancha en la que murieron nueve personas]. Me da la sensación de que si te pasa una tragedia como esas, no podés no aprender la lección, seas Pearl Jam o una banda local que vivió Cromañón de cerca."

Lejos de los problemas de los megafestivales, Alejandro Almada rescata "cierto orden" que se ganó en la escena después de la tragedia. "No sé si el público está más responsable o no, pero me parece que las exigencias hicieron que todo se ordenara un poco. Lo mismo pasa con la entrada de menores. Hoy decís que en Cromañón había bebés y suena a delirio, pero lo cierto es que en ese momento a nadie se le ocurría preguntar si podían entrar menores a un recital. Hoy con El Mató estamos atentos a intercalar fechas ATP con fechas solo para mayores." Para Almada, sin embargo, esas normas se diluyen fuera de las tres o cuatro ciudades más importantes del país. "En el interior no cambiaron demasiado las cosas. No veo que Cromañón haya dejado una enseñanza. Cuando vamos, siento que estamos tocando en las mismas condiciones que había en Buenos Aires hace diez años."

En su parábola de fan, sobreviviente y ahora cantante estrella del rock, Santiago Aysine enfoca en el cambio de perspectiva del músico popular. "Nos terminamos dando cuenta de que el Estado no iba a hacer nada por el cuidado de la gente y nosotros tuvimos que ponernos en ese rol, el de ser súper responsables. Hoy estamos destinados a ser más que músicos. Es muy difícil, pero es algo en lo que hay que trabajar todos los días."

"Diez años después, uno por lo menos tendría que tener paz con respecto al tema judicial, que los responsables estén en la cárcel", dice Nilda Gómez una mañana desde Córdoba, minutos después de defender la tesis que le dio el título de abogada. Es el día en que Pato Fontanet, en esa misma ciudad, vuelve a cantar en público. Más allá de la coincidencia paradojal del destino, a Nilda, como a muchos familiares de Cromañón, la imagen del ex Callejeros en un escenario le parece un síntoma de impunidad. "Ellos tenían una empresa que derivó en muertes y hoy siguen desarrollando esa misma empresa."

Las preguntas finales que deja esta madre de Cromañón exceden los hábitos del rock. Son interrogantes que no se clausuran con un aniversario redondo, y que seguirán flotando entre nosotros por mucho tiempo. "Como siempre decimos, no hay justicia que vaya a remedar la pérdida de un hijo, pero mientras tanto las consecuencias se cronifican. ¿Qué pasa con muchos sobrevivientes que no pudieron salir? ¿Qué les pasa hoy a esos chicos cuando se ven las cicatrices en el cuerpo?"

Código:
http://www.rollingstone.com.ar/1756076-10-anos-de-cromanon-que-tan-distintos

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Es chamuyo y humo, a menos que se demuestre lo contrario con evidencia de calidad.
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NotaPublicado: Mar Dic 30, 2014 5:10 am 
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Registrado: Mié Ago 04, 2010 10:42 pm
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Ubicación: En la frontera de toda razón
En los shows internacionales de estadios, estamos PEOR que antes de Cromañón.
Porque la infraestructura que tienen las productoras que arman estos shows es paupérrima. Para comerse unos pesos más, usan materiales de pésima calidad. Entonces los vallados se rompen, los pisos "antisísmicos" se destartalan todos. Y en vez de contratar personal calificado para hacer de "prevención", se avivaron de que les sale más barato poner a la barra del club que pone el estadio.
Mientras tanto en el salón de la injusticia, las entradas salen cada vez más caro. Service charge, campo vip, early birds, qué sé yo cuánto invento más. Pero de poner unos pesos en una valla de 12 cm de espesor como las que se usaban antes, ni hablar. Y sabemos que denunciar es al cuete. Si se sabía que Fénix iba a tener la mayor parte de los shows grandes en CABA... desde ANTES que Macri ganara la primera vez???? Qué vas a denunciar? Hacéte amigo del juez, decían....


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NotaPublicado: Mar Dic 30, 2014 2:05 pm 
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Registrado: Mié Ene 16, 2013 4:33 pm
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Código:
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-262912-2014-12-30.html


Corrupciones

Por Eduardo Fabregat

Los que se fueron no volverán, y contra eso no hay remedio. Es lo que eterniza el manto de dolor sobre Cromañón y lo convierte en una cicatriz social inocultable. Pero a diferencia de otros casos resonantes –el atentado a la AMIA, por dar un ejemplo–, el décimo aniversario de la masacre se cumple con un proceso judicial completo, que identificó, juzgó y sentenció a los responsables directos. Puso a la luz la serie de desatinos que permitió que sucediera lo que sucedió, dejó en evidencia la vacuidad de algunas consignas tribuneras y la endeblez de ciertos pases de factura, ese “yo no fui, fue él” que caracterizó a los primeros meses tras la tragedia.

Aun así, todavía quedan pasos por cumplir. Y ofensas por realizar: este fin de semana apareció en las redes una foto en la que Patricio Santos Fontanet vuelve a victimizarse. Mientras espera la sentencia definitiva que dirima si queda en libertad o vuelve a prisión, el cantante de Callejeros pide su absolución a través de un cartel, insiste con la teoría de que a los pibes no los mataron la bengala ni el rock and roll, los mató la corrupción. En esa premisa, lo único cierto es que el rock and roll no provocó ninguna muerte. El incendio sí comenzó por la pirotecnia que el grupo celebraba y alentaba, y la corrupción se encargó del resto. Corrupción de funcionarios públicos y de quienes los corrompieron, grupo al que pertenece el mismo Fontanet. Con cinismo a prueba de todo, el músico sigue tratando de borrar de la historia que fueron él y el manager Diego Argañaraz quienes se encargaron concienzudamente de burlar controles y meter pirotecnia en los conciertos. Oculta lo que quedó demostrado y probado en el juicio, el bolso lleno de fueguitos bajo el escenario de Excursionistas, los arreglos con la barra de seguidores para meter bengalas, candelas y tres tiros en Obras Sanitarias dos días antes del show, la realidad incontrastable de que la organización del show del 30 de diciembre corrió por cuenta de la banda y no de Omar Chabán. Los fuegos presentados como “la cereza en la torta” y las gacetillas que se enorgullecían de ser “la banda más bengalera del país”. La corrupción tiene muchas caras.

“Basta de culpar a Callejeros” es otra de las consignas que se han meneado en estos años, y algo de razón tiene: no todos los músicos de la banda tuvieron el mismo peso en las decisiones, y parece injusto que el escenógrafo o el bajista carguen con lo mismo que quienes tenían la manija. Cromañón dejó la dolorosa enseñanza de que ciertas cosas no pueden ni deben repetirse en el universo rock, pero si hay algo que también debe quedar claro es que ser músico no significa ser automáticamente inocente. La teoría de que “la música no mata” es engañosa y pueril: la música es más sanadora que nociva, pero un músico sin escrúpulos puede ser tan peligroso como un inspector coimero o un gerenciador que cierra la puerta de emergencia para que no se cuele gente.

El aniversario redondo es solo eso: un aniversario redondo que reaviva la visibilidad del hecho y reactiva discusiones. Los que se fueron no volverán. Pero la Justicia puede hacer más tolerable el dolor.



EDIT: links externos entre [CODE]


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NotaPublicado: Mar Dic 30, 2014 2:06 pm 
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Registrado: Mié Ene 16, 2013 4:33 pm
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La teoría de que “la música no mata” es engañosa y pueril: la música es más sanadora que nociva, pero un músico sin escrúpulos puede ser tan peligroso como un inspector coimero o un gerenciador que cierra la puerta de emergencia para que no se cuele gente


EDIT: no hagas doble post, editá tu post anterior


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NotaPublicado: Mar Dic 30, 2014 8:20 pm 
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Registrado: Vie Ago 06, 2010 1:22 pm
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Ubicación: República Argentina
Muy bueno el artículo de la Rolling! :aplause:

Q.E.P.D.
Murieron por la cadena de corrupción, y especialmente por la pelotudez del público mismo.

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NotaPublicado: Mar Dic 30, 2014 9:15 pm 

Registrado: Mié Sep 08, 2010 9:58 am
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Es raro ver un show en Buenos Aires, el público es espectacular (para mí el mejor del mundo) pero la organización es muy primaria, parece que uno está viendo un show en la década del ochenta, tanto en infraestructura como en organización. No estoy intentando desmerecer a los argentinos, nuevamente, para mi es la mejor audiencia del mundo, pero mismo aquí en Brasil la cosa es mas profesional (mismo que hace dos años haya habido un gran fraude con un show en el norte del país), la gente de seguridad, los horarios, etc ... Obviamente nosotros, brasileños, estamos muy lejos de la organización Europea pero desde mi punto de vista es mejor que la argentina (y que la chilena también) ... el resto de América no sé, sólo asistí a shows en esos lugares.

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NotaPublicado: Mar Dic 30, 2014 10:12 pm 
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Registrado: Jue Ago 05, 2010 2:25 pm
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Nunca olvidemos que el principal responsable hoy dia no se sabe quien es.
Soy defensor de la pirotecnia, pero tirarla en un boliche ? Hay que tener problemas e...
Por otro lado, Ibarra fue un pobre chivo expiatorio, atribuirle esas muertes, es hasta menos logico que atribuirle a cristina las muertes de once.

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NotaPublicado: Mié Dic 31, 2014 5:44 pm 
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Registrado: Jue Jul 29, 2010 6:55 pm
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Copado el articulo de pagina 12

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"Pedes in terra ad sidera visus"
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NotaPublicado: Jue Ene 01, 2015 2:30 am 
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con todo respeto:

Krosty escribiste:
Soy defensor de la pirotecnia


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NotaPublicado: Dom Ene 11, 2015 8:32 pm 
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Registrado: Jue Ago 05, 2010 2:25 pm
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defryche escribiste:
con todo respeto:

Krosty escribiste:
Soy defensor de la pirotecnia


:blink:


No se entendio o que ?
Soy defensor del uso de pirotecnica, digo, por que hoy dia esta lleno de gente que la odia...

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