Es una mentira absoluta. Solamente están haciendo el juego a las compañias que se niegan a contratar músicos, buscarles buenso shows y pagarles las regalías. Estos dos "periodistas" nunca van a un recital autogestionado, no valoran la buena música si no fuigura en lo alto de un chart y les mandan una limusina para llevarlos a cubrir el recital desde un palco VIP.
¿Cuál es el estado de salud del rock argentino actual? Con cinco décadas de vida, ¿está en condiciones de seguir peleando? ¿Puede la agonía de la industria poner en jaque a toda una cultura? Ésas son las preguntas que se hace la nueva edición de Revista Dale.
La repetición de fórmulas comercialmente exitosas. La falta de experimentación. El corto vuelo de las letras. La falta de compromiso social. La sponsorización. La poca renovación de referentes. La desaparición física de los grandes genios.
Todos argumentos, indudablemente reales, que se presentan para afirmar que el rock ha muerto sin temor a ser tomado como hereje.
“El rock, música dura, cambia y se modifica, en un instinto de transformación”, decía Spinetta en su Manifiesto, hace ya casi 40 años. En una época reinada por la globalización que borra fronteras políticas también es inevitable que se vuelvan difusos los límites entre estilos. ¿Qué es rock? ¿Qué es pop? ¿Qué es música popular? Esa división resultó relevante para saber a qué batea había que recurrir para encontrar tal o cual artista. Con el tiempo, una misma banda empezó a avanzar sobre las bateas cercanas y luego, dentro de un mismo disco, trabajó con géneros diferentes, volviendo imposible toda taxonomía. Afortunadamente, esa división ya no es necesaria por dos razones: 1) la web nos soluciona todo más allá de las etiquetas; 2) los CDs en las disquerías quedaron desplazados por las heladeras y los microondas.
Esta nota pertenece a la edición de Revista Dale. Más info sobre los puntos de venta y suscripción en
Código:
http://www.revistadale.com.ar
“Como música, el rock se acabó”, dice Daniel Melero en el libro “Ahora, antes y después”. Pero hace una distinción: “el rock como concepto, no. Vuelve a quedar claro que de la actitud rockera, la música es sólo una parte. En términos generales, la música es agradable, acompaña tu vida, puede producir cambios en algunas personas, pero definitivamente no es un arma revolucionaria para la sociedad. Cuando escuchabas rock formabas parte de una cultura. Ahora podés no cambiar ninguna de tus ideas ni tus modos de vida y estar consumiendo música de rock. El rock ya es parte del mundo delentertainment. Entonces, no se puede esperar cambios sustanciales”.
El extraño caso de La Renga es, posiblemente, la gran excepción a la regla. Su crecimiento, vertiginoso y desmesurado, prácticamente no les ha variado el eje. Esos códigos familieros y barriales los han llevado a construir su propia y fructífera empresa que coloca a un trío de músicos sobre el escenario, pero que se cimienta sobre una profesional y humana estructura modelo. “Una banda que triunfó con sus propias reglas”, suele ser la frase que los define. Los que supieron imponerle sus condiciones a una multinacional sin tener que resignar las decisiones artísticas.
“Hoy todo va muy rápido, tratan de pisar cabezas para trepar a un lugar que ni conocen. Con eso se pierde el espíritu. Quizás nosotros fuimos creciendo y podemos vivir más cómodos que antes cuando laburábamos y tocábamos, pero el espíritu lo seguimos manteniendo intacto”, contestaba el Chizzo a una pregunta del periodista Wálter Gazzo.
ROCK 2.0
En su libro “Apasionados por el rock”, los periodistas Miguel Grinberg y Hoby De Fino opinan que “aunque el movimiento rock argentino es el más sólido y más fuerte de habla hispana, tal vez no está pasando su mejor momento. No aparecen figuras como Charly, como León, como Spinetta, Fito o Calamaro. Hay una ausencia de protagonistas de vigor. Falta una poesía que llegue al corazón de la gente, no sólo al de los rockeros”.
Otro respetado periodista, Alfredo Rosso, está de acuerdo en que buena parte de la culpa la tienen los propios músicos, que prefieren ir a lo seguro: “Cuando de alguna manera hacés música sólo para complacer al público que conquistaste, tu música se aburguesa porque empezás a hacer un disco o un recital igual al otro. El riesgo es fundamental. Superar las expectativas de tu público, no complacerlo de una manera casi demagógica”.
No es un fenónemo nuevo ni se limita a nuestro país. Ya en el año ‘91 Frank Zappa se quejaba: “El público joven que nunca había escuchado música comenzó a ver MTV de la misma manera en que veían a los dibujitos animados. Y les gustó”.
Los shows prefabricados que llegan del exterior parecen ser el signo de los tiempos. Grandes escenarios, venta anticipada, puestas en escena imponentes, shows cronometrados. Alguna declaración en castellano forzado y la masa queda satisfecha. A la salida, merchandising de todo tipo. Al mes, el DVD en 5.1. La era digital, paradójicamente, nos aleja de nuestros ídolos.
QUERIDOS ENEMIGOS DE SIEMPRE
Hay quien dice que, para ser creativo, el rock necesita un enemigo. Alguien contra quien rebelarse, contra quien protestar, a quien reclamar. “La única manera de convertirte en un clásico es siendo un revolucionario”, sentencia Melero. “Para ser un revolucionario tenés que agitar banderas realmente poderosas, muy contrarias a lo que está circulando en ese momento. Todos los que siguen normas clásicas son los olvidados, pueden rendir un tiempo pero no van a convertirse en clásicos”.
En las épocas de censura, la única manera de decir lo que pensaban era a través de metáforas. Serú Girán es el ejemplo más popular con “Canción de Alicia en el país” o “Encuentro con el diablo”, entre tantos otros artistas.
Durante el menemismo y la política económica de Cavallo, la exclusión copó la temática contestataria. La Renga, Los Redondos, el disco “Miami”, de Babasónicos. “El pibe tigre” de Iorio, la cita ineludible.
Hoy en día, con artistas alabando al Modelo K y rockeros tocando en Tecnópolis, ¿cuál sería el objeto de esa furia rockera? ¿La propia industria discográfica?
MUERTE FÍSICA, RENACIMIENTO VIRTUAL
La caída en las ventas de los formatos tradicionales desespera a unos pocos y alegra a casi todos. En estos años de transición se va despegando el rock de ese conformismo que había adoptado para volver a rebelarse contra el establishment. El cambio generacional implicó una mejor selección del enemigo: ya no se canta por la libertad, sino por la independencia artística y contractual.
Si las FM comerciales se rigen por las pautas de sus socias las compañías discográficas es porque han preferido abrazarse a ese salvavidas de plomo. El negocio mutó, el dinero cambió de recorrido, la oferta se pulverizó. Ya no se trata de un puñado de artistas que vendan millones de discos sino de millones de canciones que son escuchadas un puñado de veces. Y no se comercian: se descargan.
El error sería ver el fracaso comercial de estas empresas como un indicador que no se pueden hacer negocios por afuera de ese establishment. ¿Acaso Miguel Abuelo, Tanguito, Moris, Javier Martínez o Litto Nebbia, por nombrar a algunos de los primeros rebeldes, se convirtieron en ricos y famosos de la noche a la mañana?
El que crea que el rock murió que apague la radio, la tele y se aleje de los grandes festivales. Que se dé una vuelta por el under porteño. O rosarino. O cordobés. O de cualquier otra ciudad del interior. Que se quite la modorra y el óxido que generan la comodidad: entre tanta variedad de nombres descubrirá a los nuevos mesías.