Conocido como "el rostro de la hambruna", el bebé pesaba, a los siete meses, poco más de 3 kilos. Los médicos del mayor campo de refugiados en Kenia le salvaron la vida en 12 semanas. Vea la galería
Cuando le tomaron en julio las primeras fotografías, Minhaj apenas pesaba 3,1 kg, aunque ya tenía siete meses. Su estado era impresionante por su rostro avejentado, por sus bracitos de alfiler, que apenas tenían fuerza para levantarse, y por aquellos ojos enormes, resaltones dentro de una cara exangüe, que parecían ser la única prueba de una vida que casi ya no estaba.
Minhaj fue atendido a tiempo en un hospital del campo de refugiados Dadaab -el más grande del mundo, en Kenia- y pocos le dieron esperanzas de vida. Aun así, el niño recibió tres transfusiones de sangre y fue alimentado de manera intensiva. Parte fundamental de su dieta fue una pasta de cacahuete rica en vitaminas. Después fue tratado por tuberculosis y, finalmente, tres meses después, pudo salir del hospital con cuatro kilos más.
Minhaj tuvo suerte porque las imágenes de su cuerpo dieron la vuelta al mundo. "Su madre nunca pensó que se recuperaría. Todos los miembros de su familia están felices", contó Sirat Amin, enfermera y nutricionista del Comité Internacional de Rescate que se encargó del cuidado de Minhaj. La madre del pequeño, Assiyah Dagane Osman, también se ha mostrado "muy feliz por el trato recibido" al explicar que su hijo "va muy bien".
Huida del hambre
Assiyah Dagane Osman no siempre se consideró tan afortunada. En julio, apenas llegó al campamento de Dadaab, llevó a su hijo moribundo a uno de los hospitales. Había estado caminando durante semanas desde Somalia hasta Kenia para huir de la hambruna que asola el Cuerno de África.
Su caso no es el único. Unicef informó a comienzos de este mes que 190 mil niños, cuyas imágenes no se han difundido como las de Minhaj, podrían morir en cuestión de semanas si no reciben ayuda inmediata.
Pero en realidad, los niños que requieren asistencia son muchos más: 1,5 millones. La situación es gravísima. Hace más de 100 días que se declaró la hambruna en seis regiones del sur de Somalia debido, en gran parte, a la sequía, la más grave del país en 60 años, y a los combates entre las guerrillas y el Gobierno de transición, que tienen estancado el país.
Naciones Unidas, de hecho, ha cambiado el trayecto que utilizaba para enviar ayuda humanitaria con el fin de que así los cargamentos lleguen más rápido. Primero, hacía llegar alimentos y otros artículos urgentes al puerto de Mombasa, en Kenia, para luego llevarlos por vía terrestre hasta Somalia. Ahora, descargarán directamente en Mogadiscio (la capital) aunque el recorrido es más peligroso.
Sin embargo, Unicef reconoce que "miles de niños ya han muerto". A finales de octubre, la organización de la ONU alertó de que más de 320 mil menores, la mitad de los cuales se encuentra en Somalia, "están tan gravemente malnutridos que pueden morir también en las próximas semanas y meses si no se amplían rápidamente las operaciones de auxilio".
Si se abre el abanico y se incluye a todas las personas que necesitan ayuda en la región, se descubre que son más de 13 millones los que precisan ayuda, 3,7 de los cuales son somalíes. Por eso muchos huyen, como Assiyah Dagane Osman y su hijo Minhaj. Al igual que ellos, más de 450 mil somalíes buscaron un refugio en Dadaab, que administra el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Sólo 100 mil han llegado desde el pasado junio. Casi 200 mil, por otra parte, han huido a la vecina Etiopía y 20 mil más, a Yibuti. Caminan durante semanas bajo el sol y no todos logran llegar a la frontera.
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