No lo fueron a asustar. Lo fueron a matar. Una enorme confabulación entre civiles y policías (¡cuándo no, policías!) no se forma y pone en movimiento para asustar. ¿Y por qué matarlo? Por una foto que reveló la cara del señor sin rostro, del empresario que era el más poderoso del país a mediados de la década de los´90 del siglo pasado, el hombre que fue definido desde el poder político de entonces, en medio de una desdichada disputa, como “el jefe de una mafia”.
La discordia por el dinero y la supremacía se había planteado entre el ministro de economía de Carlos Menem, Domingo Felipe Cavallo, y el empresario de inversiones de riesgo Alfredo Enrique Nallib Yabrán, principal accionista de importantes empresas, entre ellas del correo privado Oca. El 14 de mayo de 1995 Menem ganó las elecciones presidenciales y renovó su poder por cuatro años. En agosto, Cavallo habló en el Congreso durante 11 horas y acusó a Yabrán de ser “el jefe de la mafia”, con protección política y judicial. Se abría un nuevo escándalo en el país.
Quién era Yabrán, quién lo conocía. No se le había visto la cara públicamente. “Sacarme una foto a mí es como pegarme un tiro en la frente”, llegó a decir. Pero después de las palabras de Cavallo, Yabrán era la nota periodística del momento. Cabezas fue el primero en fotografiarlo. La foto muestra a Yabrán paseando con su mujer por las playas de Pinamar. En otras palabras,
Cabezas hizo periodismo.Hay asesinatos que pueden cambiar una época. Muchos pensamos que el crimen de Cabezas podía ser uno de esos. Era todo tan evidente… Era una confirmación de lo que sabíamos desde siempre, es decir que uno de los grandes problemas de la criminalidad en la Argentina era la propia Policía.
Lo que había ocurrido estuvo oculto durante meses, a pesar de la mirada constante de todo el mundo sobre la investigación del caso. Los vicios no se fueron nunca y antes de que se supiera que esta muerte era el resultado de un acuerdo entre policías y civiles, quisieron echarle la culpa a Margarita Di Tulio, conocida como “Pepita la Pistolera”, dueña de prostíbulos de Mar del Plata. La maniobra no prosperó. ¡No pudieron inventar tantas pruebas! Los colegas de los asesinos debieron soltarles la mano.
Fue una confabulación nomás. Los policías arrearon como bestias a esos carroñeros de Los Hornos, cerca de La Plata, para que los ayuden a capturar a la víctima. La instigación a Prellezo vino de Ríos, un ex sargento que hacía de jefe de la custodia de Yabrán. El oficial de la policía bonaerense Camaratta los había albergado y preparado. El oficial Luna les había marcado quién era Cabezas; los “horneros” lo capturaron; Prellezo no los dejó matar porque para matar estaba él.
No hubo un antes y un después del cruel homicidio. Sería interminable enumerar los casos en los cuales otros policías, en otros lugares del país, en las épocas siguientes, repitieron el mismo procedimiento criminal, para contentar a un mandante adinerado o para controlar a los ciudadanos menos afortunados.
Tampoco hubo una coherente intervención de la administración de Justicia. Primero condenaron a civiles y policías a reclusión perpetúa. Después les rebajaron la pena. Y después se las volvieron a subir. Ahora están todos libres por beneficios varios.
El caso Cabezas no modificó procedimientos, no cambió leyes, no despertó conciencia alguna. Acorraló a uno solo, a Yabrán. Cuando se decidió ordenar su arresto bajo la sospecha de ser el autor ideológico del asesinato, se escapó. Cinco días después, el 20 de mayo de 1998, se suicidó disparándose con una escopeta, disparo que le desfiguró el rostro.
Si hubiese un mínimo de conciencia en los asesinos, acaso estarán viviendo un dolor eterno. Decía el Dante que en el séptimo círculo del Infierno están aquellos que desearon la sangre de los otros. Están allí inmersos en un río de sangre hirviente, algunos hasta las cejas, otros hasta el cuello… La imagen dantesca acaso no refiera un lugar sino un estado, una situación de padecimiento personal. Si tuvieran un mínimo de conciencia, su conciencia los atenazaría a un eterno dolor por haber sido asesinos. Si tuvieran un mínimo de conciencia...
Nadie se olvida de Cabezas. Su recuerdo surgirá cada vez que un policía cometa salvajismos.
Pero también cada vez que un periodista haga periodismo, cumpla con su oficio de dar a conocer a los demás aquello que es de interés público.