Review de la Rollingstone...
Judas Priest En Racing: ASÍ MUERE UN DIOS..Con Whitesnake como soporte y por última vez en Buenos Aires, una fantasía láser de poder y libertad que define al heavy metal mismo; ah, tocaron "Painkiller"
Un tema como "Metal Gods", editado en 1980 con British Steel, puede soportar más de treinta años y no quedar viejo. Su prédica futurista de guadañas robots y pies de hierro mecánico que se arrastran para declarar el triunfo de las máquinas sobre la raza humana en una visión totalmente Terminator dice algo más que su propio relato sci-fi: es poder sobrehumano, lo que todo hermano metálico quiere. Al heavy metal nunca le alcanzó con ser homo sapiens. Y cantar "Metal Gods" rodeado de 25 mil hermanos metálicos por última vez no se paga con nada. Más en este país, donde una banda como Iron Maiden siempre fue casi para todos pero Judas Priest es la línea dura, la reserva moral del discurso heavy. OK, no está KK Downing, su segunda guitarra histórica, que se abrió este último abril, cansado de casi 40 años de ruta y algo peleado con el resto de la banda. Lo reemplaza Richie Faulkner, casi tres décadas más joven y ex de la Lauren Harris Band, hija de Steve, bajista de Maiden, que fue escupida en Buenos Aires en 2008. Le toca hacer el "cha-nananaaaaa", el lead épico que es el mismísimo sello Priest en esta canción. Lo hace perfecto. A excepción de que no está la figura icónica de Downing mismo (lo mismo que se siente con un Slayer sin Jeff Hannemann), el resto funciona. Faulkner tiene actitud y no pifia jamás en un catálogo aprendido en tiempo récord. La gira se llama Epitaph, se extiende hasta 2012 y es la despedida de Judas Priest de las giras mundiales, precisamente.
No está tan bien ese título, porque en Racing lo que se demuestra no es una carta de muerte sino un testamento, donde todo aquel que alguna vez depositó su fe en la cultura más outsider y extensa de la historia del rock se lleva una millonada, la riqueza de la influencia. Priest infectó a hijos, nietos y contemporáneos, todo lo que se escucha en la historia del metal le debe un cheque a Halford y los demás. Hay un compilado en proceso, The Chosen Few, donde fans extremos como James Hetfield, Lars Ulrich, Kerry King, Vinny Paul Abbott de Pantera y hasta Ozzy, Geezer Butler, Alice Cooper o Steve Vai eligen sus tracks favoritos. Y la vigencia de esto es fucking amazing. Hoy, con un show de más de dos horas con lásers casi psicodélico y plumas de humo en pleno Avellaneda, Judas Priest vive. Y si hoy muere, lo hace como la definición misma del heavy metal, como ese poder sobrehumano.
Luego de Tren Loco con un set de verdadero metal del conurbano bonaerense, Whitesnake estuvo genial, el pelo agitado de David Coverdale (un tipo demasiado erótico para Deep Purple) y una chaqueta de cuero imposible para todo un setlist de hard rock que habla de coger en un 75 por ciento. Hay representantes de la patria glam en el público, veteranas de la disco Halley y tipos maquillados con pañuelos y llantas blancas, en una subcultura que vuelve en Buenos Aires. Chequeen una banda como Jakks, si les interesa. Y la banda en Racing no está nada mal: suena mucho más cojonuda de lo que uno supone en Whitesnake y su versión venenosa y degenerada del rhythm & blues, con Doug Aldrich, ex guitarra estable de Ronnie James Dio, Reb Beach de Dokken también en guitarra y el baterista Brian Tichy, curtido en ruta con Billy Idol. Y Coverdale se retuerce y chilla como si fuera un Roger Daltrey del rock duro, una estrella a la vieja usanza, el mismo tipo que le canchereó a Lips Kudlow de Anvil un cheque por un millón de dólares que tenía en la billetera en un backstage japonés. Presentan su disco número 11, Forevermore, pero abren con "Best Years", de su LP anterior, Good To Be Bad y el volumen y el músculo están demasiado altos, pero es cuestión de ajuste. "Love Ain't No Stranger" fue hard rock puro, un riff que es el mero ADN del género. Pero para "Is This Love", Whitesnake vuelve a una de sus mejores sillas: la banda insignia del bloque soft de Rock n' Pepsi, el momento FM Aspen hecho para telos y embarazos no deseados.
A Coverdale le llueve una tanga roja: "Ah, it's argentinian pussy. And it's fresh!". Aldridge demuestra lo que sabe en un arrebato de guitarra slide, un Robert Johnson rubio y del Sunset Strip de Los Angeles en "Love Will Set You Free", que degenera en una estampida con cencerro, el accesorio glam por excelencia. Tichy después hace su solo de batería, pero con las manos. No es La Bomba de Tiempo. No se confundan. Coverdale firma una bandera argentina en escena, que parece decir "100% FPV", pero no hay un Amado Boudou desquiciado en la platea. "Here I Go Again", el clásico infalible, que jamás volverá en su forma original de 1982 con los teclados Moog adorables de Jon Lord, vuelve en una forma más agitada y obscena que comanda puños y movimientos de totó en las chicas. Es Whitesnake puro: un semidios inglés del sexo rocker que declara sus principios con una supergroupie de piernas largas en el asiento delantero de su Jaguar. La del clip era Tawny Kitaen, que fue esposa de Coverdale por un par de años y terminó muy dura en Celebrity Rehab de VH1. Lo que sigue es "Still Of The Night", otro clásico. Para cerrar, Coverdale echa a capella un fragmento de "Soldier of Fortune" de su era Purple en Stormbringer y una versión descontrolada y bestia de "Burn", donde brillan las guitarras en vez de los teclados que son casi inaudibles esta vez. No importa: aún de soporte (ya lo había hecho con el tour reunión con Halford en Ferro 2007), David Coverdale puede montarse en la cima del pito a un montón de metaleros argentinos.
El plan de Priest esta vez es tomar algo de cada disco. No es una gira de hits, pero casi. "Heading Out To The Highway" de Point of Entry (1974), por ejemplo, la sensación íntimamente metálica de mandar todo al carajo y agitar la autopista. Toda la iconografía está presente: los cambios de vestuario de Halford, cada vez más alucinantes y malignos, los pantalones de cuero rojo de Glenn Tipton, la armadura del bajista Ian Hill y la base indestructible que conforma con el baterista Scott Travis, en una banda ajustadísima. Pero el cuarto tema en la lista "Judas Rising", de 2006, demuestra precisamente por qué Judas Priest no pierde vigencia en todo este lío: en una carga de doble bombo y un machaque animal, la banda conjura una agresión bestial y un trance casi industrial, el Apocalipsis en audio que le salía a una banda como Ministry. Es casi psicodélico si lo piensan. El solo prog de Tipton es solo un detalle. Hay un pico en épica: la versión de "Diamonds and Rust" de Joan Baez, un himno Priest en su propio derecho. La voz de Halford se eleva a picos de drama, lleno de eco y reverb, con agudos y notas imposibles entre humo y luces rojas. Esto puede hacer llorar. Ya la había hecho en su show solista en el Teatro Flores en 2010. Otro cover que también es un himno es "The Green Manalishi", de Fleetwood Mac antes de Stevie Nicks. Nadie se esperaba algo como "Starbreaker" tampoco, una gema perdida de Sin After Sin, el Priest más cósmico posible.
Hay placer para fans a morir en todo esto: la oscurísima "Nightcrawler" y la más oscura "Beyond The Realms of Death". La intro de guitarras de "The Sentinel", por última vez también. Ah, "Turbo Lover", de su disco Turbo de 1986, condenado como una balinada por ciertos seguidores a causa de su profusión de efectos, teclas y mid-tempo sensual más una tapa pop-art, comanda como nunca. El cambio de opinión es instantáneo. Bien, más acero: "Breaking The Law", donde Halford no canta absolutamente nada y deja que el público tome el micrófono universal, algo que no se entendió del todo bien y un solo de Travis que se convirtió en el solo inicial de "Painkiller", 1992. O sea, después de "Painkiller" no puede seguir nada: es una de las cosas más bestiales y agitadas en la historia del género. Halford, a sus 60 cumplidos este último agosto, todavía puede con esos agudos. Hay bises: algo gigante como "The Electric Eye". Y la Harley-Davidson en "Hell Bent For Leather": nada más Priest que eso. Más de dos horas de show: parece que todo cierra con "You've Got Another Thing Comin'" y varios se tragan el amague y huyen del estadio hacia sus estacionamientos. Se perdieron el último delirio y el último Judas Priest en su ciudad: "Living After Midnight".
Por Lucas Lovegrove Fotos de Segismundo TriveroSALUDOS!!!